BORJA, o sea MONTBORG
Y llegué a Borja. Allí iba a encontrar durante unos años un remanso de paz y de cultura. Creo que allí crecí como persona y como profesor. Nuevos alumnos, nuevas gentes, nuevos compañeros, nuevos inolvidables compañeros. No es el momento de hablar de otra cosa que no sea de poesía, pero en este tiempo, los ríos de la cultura fluyeron como nunca por todo lo que hacíamos. Entendámonos, conscientemente, reconstruyendo algo tras siglos y siglos de duro erial. Si comprender bien por qué, ante nosotros se levantaron aquéllos que nadie nombraba, porque habían sido borrados del recuerdo del pueblo. Solo los maestros (no todos) y algunos profes conocíamos las claves. Que había que decir en voz baja. Allí, en Borja, redescubrí a Lorca ("Mecagüendiós, Federico", que gritó un actor de Yerma en una tórrida tarde de agosto en el frontón de Ainzón. Seguramente en el aniversario de su asesinato), a Antonio Fernández Molina, a Hernández, a Rosendo Tello (¡ah!, Rosendo, qué buen año aquel que compartimos en el "Chiquito" y en el Instituto; qué noches recitando versos en casa de Chime y Pilar...). Redescubrí a los poetas jóvenes que se expresaron a través de la perfomance de José Luis Calvo Carilla, que llamó "Be sos en la pizarra". Redescubrí la Minerva de Fernando. Aquéllas tardes densas de tedio y vino del Somontano que pasábamos en la rebotica de la imprenta de Fernando Sancho e Hijo. La veíamos trabajar con delectación, devolviéndonos estampadas con nuestros versos aquellas cartulinas color crema que se había tragado previamente vacías. Fernando nos miraba a nosotros y a su Minerva con esa sonrisa de republicano viejo, de luchador cansado que de pronto redescubre también que el arte de imprimir no se ha vuelto bastardo en los talonarios y en las invitaciones de boda; el arte y la lucha por el arte han sobrevivido en el desorden de cajetines de letras de plomo, en el olor penetrante de las tintas y en el candor de unos profesores, un pintor bohemio y un tipógrafo (qué gran estirpe), que creen que es posible editar libros de poemas en un pueblo amodorrado como Borja. Sí, era posible. Hicimos un libro-objeto, con versos míos en cartulinas que después se metían en una caja que después iba pintada a mano con óleo por Javier de Pedro que después se abrazaba toda con una goma. Sí era posible y editamos mis "Poemas de la resistencia". Se tiraron 105 ejemplares numerados y firmados sobre cartulina BRISTOL satinada de 40 gr. resma. Los poemas iban numerados con números romanos. El VI comenzaba
Debemos quitarnos
el traje de tantos años
gastado por el miedo.
Desnudarnos y quedarnos
en palabras vivas
con las verdades al aire.
Darnos un abrazo
amoroso. Fundirnos
en sementera definitiva.
Situarnos frente a la tarde
abrazados, y nuestra sangre
yéndose cadera abajo
mojando -miles de nosotros-
de rojo los caminos.
Hundirnos en la tierra
hasta barbilla, besándonos
los oídos para limpiarnos
el silencio de 40 siglos
de salvajes salivazos.
Rebrotar. Remorir. Resucitar.
Recreer. Reconstruir. Regresar.
Recomenzar.
Vencer de nuevo.
Y crear la tierra nueva
en un parto eterno.
Habí mucho de lo que sentía yo en ese momento sobre lo que había sido nuestra historia reciente. Era mi manera de contarlo (luego este poema se publicaría en un libro homenaje del Partido Comunista de Aragón al "Abuelo", Antonio Rosel, el 9 de junio de 1982). Me gusta otro verso, que venía yo rumiando desde hace tiempo:
Mañana, cuando la luz
te hiera frontalmente
y no puedas moverte, encadenada,
entonces pondré mi mano sobre tu vientre,
y lentamente, como quien no tiene prisa,
te contaré un cuento.
De todas maneras, éste solo fue el primer libro. Luego vendría la edición de un libro de Manuel Pinillos, el cuento grabado por Borja de Pedro, "El fotógrafo volador", del que habrá que hablar más despacio otro día, etc. Como quería hablar solamente de mi trabajo como poeta, decir que aún publiqué en Borja, en 1981, y en la colección "Pliegos de Añón", de Bóveda-Levante (algún día explicaré también esto), "Los desvanes olvidados", del que sólo transcribiré un fragmento (el III) del último poema:
Y así, noche tras noche, continuamente,
me encuentro remendadndo redes,
construyendo barcos más ligeros,
cuerdas, brújulas, herramientas de besos inútiles
para intentar de nuevo el abordaje.
Y paso las horas esperando que amainen los vientos,
los huracanes que protegen tu misterio.
Después de Borja, Zaragoza, y el INB Mixto nº 10, que luego bautizaríamos como Avempace. Allí continuamos con la cultura, pero para mí (nunca sabré qué secó mi "vena"), ya no ha habido más poesía, si descontamos aquel libro colectivo que llamamos El jardín del solitario (Zaragoza, 1998), hecho con versos de unos cuantos profesores e ilustrado por Emilia Domínguez. Uno de los versos con los que yo contribuí (confieso que tenían ya unos años) era este:
Amanece en Yorktown
para la muerte.
¡Despierta, negro!
el hombre blanco ha pisado la luna
por vigésimosegunda vez.
Hasta aquí, pues, ha llegado esta miniserie. Muchas cosas quedan enredadas en los barrotes de las camas antiguas, en los cables de alta tensión, en los remolinos rubios de los niños rubios, en los marcos de las pinturas de Rubén, en los momentos de soledad de los profesores en los viajes con los alumnos, en las mesas de mármol de los cafés que ya no existen, en los lagartos que se están extinguiendo (los de Lorca lloraban por un anillo de plata), los viejos pobres que maldicen al mundo y se preparan ahora que ya atardece en este baile sin sentido un camastro de cartón blando que aminore la frialdad de las conciencias. Muchas palabras sin decir y sin escribir quedan en los bigotes de los gatos, en las tartas de manzana de las abuelitas suizas, en las playas imposiblemente vacías de gente, en los parasoles, en la Tramontana, en Sète, en Brassens (¡maldita sea!). Muchos versos, libres, ahora sí, quedan sin dueño en las plazas que-contemplaron-todos-los-desfiles, en los talleres vacíos de las calles donde de pequeños nos creímos que crecer era auparse dos palmos, donde jugábamos a ver quién meaba más lejos, en la mili sin sentido, donde, yo al menos, crecí hacia abajo, en la dudosa paz de los cementerios, en las fosas de nuestros pensamientos, en las traiciones, en los atardeceres que hacen llorar, en los padres que ya se han ido para siempre, en la orfandad del pensamiento que es la más dura, en los gritos, en la inocencia... Para qué seguir. Creo que Labordeta cantaba hace mucho tiempo una canción que amí me ponía y que decía que: "Mientras yo canto, una niña muere en el Viet-Nam/Mientras yo canto, corre la sangre por el río Jordán...", como una constatación de la impotencia del artista. Vale.
4 comentarios
Concepción Adiego -
Mariano -
Desconocía todo lo que cuentas, pero lo he leído con placer y emoción. Emotivo y potente ese largo párrafo de despedida o finalización de este post. Un abrazo y gracias por lo que escribes; me gusta siempre.
Piluca -
Piluca Escamilla
C. -