ARTURO SANMARTIN SUÑÉN
Arturo Sanmartín Suñer nació en Cedrillas (Teruel) el 26 de febrero de 1898. Estudió Magisterio en la escuela Normal de Barcelona. Cuando solicitó a la Junta de Ampliación de Estudios su primera beca tenía veintisiete años de edad. Ni en esta convocatoria, 1925, ni en la de 1926 consiguió sus deseos: estudiar en Francia, Suiza y Bélgica métodos de enseñanza más en armonía con la naturaleza del niño. Los profesores que eligió para sus trabajos fueron Cousinet, Claparéde y Decroly. Era por estas fechas Arturo Sanmartín maestro de la Escuela Nacional Graduada de Calatayud (Zaragoza) y pocos méritos podía presentar a la Junta. Quizá por ello, piensa Teresa Martín Eced, no alcanzó sus propósitos. Sin embargo, en agosto de 1926 contactó con Cossío, llegando a Villablino el 28, recién casado. El matrimonio pasó antes por León, donde María Pedrosa les informó de los aspectos fundacionales y les enseñó la ciudad. Fue durante dos años el tercer compañero para Isabel Álvarez y Herminio Almendros tras la marcha de Rivero. Fiel a la trayectoria institucionista participaba a Cossío su idea de Villablino: “La impresión que de él he sacado es que reúne excelentes condiciones para mi doble condición de maestro y de hombre enamorado de la Naturaleza”. Reitera la idea de que la Escuela y la Naturaleza son sus ilusiones, aunque encuentra la escuela alegre por fuera y desolada por dentro. Mientras estuvo Almendros, él llevó la dirección y dio orientaciones didácticas a Sanmartín que las recibía de buen grado de su compañero. Al irse Almendros, de acuerdo con Cossío, deseando convertir la Escuela en “una comunidad de profesores y alumnos”, realizó una reorganización de las materias que se impartían, reunido con su compañero Calleja. A la marcha de Almendros y de Isabel en 1928, la esposa de Arturo Sanmartín, Sofía Polo, se encargó de las clases de lectura para chicos y chicas y dibujo y labores con las chicas; Calleja enseñó Aritmética, Geometría, Dibujo, Ciencias Físico-químicas y Francés; Sanmartín, Ciencias Naturales, Geografía, Historia y escritura. Acordes con las modernas investigaciones sobre fatiga mental, procuraron que las materias que exigían mayor esfuerzo mental se diesen por las mañanas, impartiendo por las tardes las de contenidos más prácticos. Fusionaron la Antropología con las Ciencias Naturales y la Historia del Arte con la Historia Universal.
Uno de los primeros actos de Sanmartín fue certificar en 1928 los estudios cursados. De acuerdo con Cossío, el Director Interino le dice que “aunque la Escuela no acostumbra a expedir estos certificados”, al solicitarlo se lo dará, pero no con una certificación brillante debido a sus muchas faltas de asistencia. La incorporación de Bautista Calleja en septiembre de 1928, que le comunicó su hermano Arturo, fue muy bien recibida por Sanmartín, que siempre tuvo cordiales relaciones con su compañero.
Sanmartín potenció la asociación cultural de antiguos alumnos comunicando a Cossío las ideas de la asociación para procurarse dinero para una máquina de cine, excursiones, etc. Cossío y Luis Azcárate aprueban la idea y se representó un paso de Lope de Rueda en febrero de 1929. La entrada fue por invitación y tuvieron tal éxito que la repitieron tres veces. Entre los donativos y la rifa recaudaron 550 ptas., que dudaban si invertir en comprar una máquina de cine o en excursiones. Finalmente usaron la máquina de la Liga y del Ayuntamiento. Luis Azcárate les sugirió que hicieran una excursión a León, cosa que realizaron en julio de 1929. Más tarde promovió otra a Somiedo. En enero de 1929 recibía Sanmartín un aumento presupuestario de material para atender con holgura la compra de libros y una máquina de coser que se compró en febrero, teniendo gran éxito entre las alumnas.
Pronto Sanmartín manifestó su deseo de no permanecer en Villablino. Un año después de su toma de posesión comunicaba a Cossío en 1927 su propósito de reingresar en el Magisterio, pero como no deseaba causar trastornos aplazó un año su decisión con la idea de irse en el verano de 1928. Se presentó ese año para la Escuela Superior de Magisterio, pero fracasó al final con lo que siguió un año más en Villablino, pidiendo el reingreso. El 8 de enero de 1929 apareció el concurso de maestros, destinando a Sanmartín a Guadalajara. En 24 de enero de 1929 Sanmartín tomó posesión como maestro en Guadalajara y pidió licencia de tres meses por asuntos propios para volver a Villablino en Carnaval, pero el 3 de marzo advertía a Luis Azcárate que no se lo habían concedido y que el inspector le telegrafió para que se incorporase a su puesto, asunto difícil por el embarazo de su esposa y por no dejar solo a Calleja. Luis Azcárate y Cossío lo arreglaron todo con el Jefe de Inspección, por lo que Sanmartín les da las gracias el 6 de marzo, publicándose la licencia el 9 de abril. Esto le permitió estar en la escuela hasta terminar el curso, a finales del cual fue a Madrid a examinarse en la Escuela Superior, aprobando los exámenes, tras los cuales fue a Zaragoza.
En 1934, siendo ya inspector-jefe de primera enseñanza de Palencia, volvió a ponerse en contacto con la Junta de Ampliación de Estudios para solicitar nuevamente la beca. En esta ocasión sí que envió un buen “plan de trabajo” con dos objetivos bien claros: primero, estudiar la organización de las escuelas de Francia, Bélgica, Suiza e Italia para ampliar sus conocimientos profesionales y poder aplicarlos a las escuelas de su zona. Segundo, ultimar el estudio que estaba realizando sobre “Escuela única”. Este trabajo lo estaba preparando como Memoria de fin de carrera en la Escuela Superior de Magisterio. En la “Exposición de motivos” que expuso a la Junta dejó expresados sus intereses y su pensamiento pedagógico. Entendía la escuela como realización política y social del estado. La estructuración técnica de las distintas instituciones educativas debían ir encaminadas a la formación integral del hombre y la orientación metodológica empleada en las mismas, estar al servicio de esa formación integral.
Todos los aspectos de la escuela le interesaban a Arturo Sanmartín: “(...) la organización general que abarcará su instalación, mobiliario, material escolar, clasificación de los niños, programas, horarios, cuadernos de trabajo, instituciones circum y postescolares, y sobre todo la actividad que los niños desplieguen en la formación de su propia personalidad”.
También deseaba Arturo Sanmartín conocer en Europa la organización de las instituciones secundarias, especialmente las escuelas de trabajo y de artes y oficios, como complemento de la cultura primaria que los escolares recibían en las escuelas nacionales. Estaba convencido que el ideal, al que habían de dirigirse los esfuerzos, era a conseguir la “Escuela única” al que apuntaban las reformas de los países más civilizados y democráticos. Conocer el grado de desarrollo de esta Escuela única en Europa, había de ser el objetivo último de sus observaciones en el extranjero. Con sagacidad y buen sentido, Arturo Sanmartín pretendía fijarse, no sólo en las escuelas “modelo” sino en todas aquellas de la ciudad y el campo, de las comarcas fabriles y agrícolas, del interior y de la costa que pudieran ofrecer una visión diferente en cuanto al grado de evolución hacia la escuela única.
La Escuela de las Rocas, la de la Isla de Francia, el Colegio de Normandía, la escuela de Loisy, las de Bruselas (la nº 10 y 14 principalmente), la de L´Ermitage, la Racionalista de Rixensart, la de Waterloo, las Escuelas Cousinet y de Freinet, eran los principales objetivos trazados por Arturo Sanmartín en su primer itinerario, Francia-Bélgica. El Instituto Rousseau, la Escuela Dalcroze, la “Scuola Rinnovata”, el Instituto Carducci, el Asilo de Mompiano, las Escuelas Montessori, las Escuelas de la Montesca y la Colonia de Trabajadores eran los centros marcados por él para su segundo itinerario: Suiza-Italia.
Su magnífico conocimiento del movimiento renovador europeo, la Memoria del curso escolar 1930-31 y la de la Colonia organizada por la Sociedad “Amigos del Profesor”, sus publicaciones y artículos en el Boletín de Educación de Palencia, del que era director, así como la asistencia a los cursos de la Universidad Internacional de Verano de Santander de 1933, le valieron la concesión de una beca en grupo ese mismo año y una rehabilitación en 1936, fecha en que finalizaron sus relaciones con la Junta.
De las ideas pedagógicas de Arturo Sanmartín, da fe el texto siguiente. Se trata de su participación en el Primer Congreso Pedagógico de la AGM celebrado los días 3 y 4 de abril de 1931. Intervino tras la ponencia “Escuela humana o de clase”, presentada por José Salgado, formulando una proposición previa:
“El camarada Sanmartín propone que el Congreso se adhiera a la campaña pro-amnistía para los presos políticos y sociales que reclama toda España, y es aprobada por aclamación. “Sean mis primeras palabras de felicitación al camarada Salgado por haber sabido plantear el tema que nos ocupa con la extensión y profundidad que su importancia requiere. Y su importancia es tal, que dentro de él van comprendidos, no sólo los demás temas del Congreso, sino toda una Pedagogía. Decimos que la Escuela, para que no resulte una institución falsa, de intereses extraños al niño, debe estar enraizada en las costumbres del pueblo, recoger sus palpitaciones, sus luchas, y darles vida, encauzando y dirigiendo sus aspiraciones. Una escuela, pues, que refleje el medio como base indispensable para toda nuestra labor educativa. Y el medio, la realidad social en que nos desenvolvemos, nos ofrece dos fuerzas en lucha: la burguesía y el proletariado. A estas dos corrientes en pugnan corresponden también dos escuelas antagónicas: la escuela burguesa y la escuela proletaria. La escuela burguesa, como ha dicho el ponente, es inhumana, porque defiende los intereses exclusivamente de una clase que se limita a sí misma, procurando solamente su bienestar y no el de todos los individuos que integran el cuerpo social. La escuela proletaria, en cambio, en cuanto que aspira a realizar un ideal colectivo de bienestar común, y aun cuando se defiende para aminorar los efectos de la esclavitud y de la explotación, es una escuela eminentemente humana. El humanismo de la clase proletaria es inseparable de su clasicismo, puesto que es su esencia ideal, el móvil de todas sus luchas, la gran arma de combate. La escuela de la clase burguesa, de valores caducos, es transitoria. la escuela proletaria, basada en el trabajo y el bien común, alcanza la categoría de lo eterno. Si el proletariado pretendiera volver la tortilla, como algunos dicen, estos es, que los ricos pasen a ser pobres y éstos ricos, sus aspiraciones serían tan restringidas, tan exclusivas, y su escuela tan inhumana como la de la actual burguesía. Pero ya queda demostrado que no es así. La escuela pública, en España al menos, es la escuela del pueblo, y hay que añadir que del pueblo pobre, del pueblo proletario. El hijo del empleado de Hacienda, como el del campesino que tiene un par de mulas y seis hectáreas de tierra, son tan proletarios como el del albañil o el del electricista. El maestro de escuela nacional, que tiene un haber medio, no superior al nivel medio de jornal de la clase trabajadora, es como los individuos de esta clase, un proletario, tan sufrido y tan explotado como ellos. Y si es un proletario y los niños que recibe en su escuela son hijos de proletarios –los hijos de los banqueros y de la aristocracia no van a la escuela pública-, no podrá actuar en su escuela de otro modo sin traicionar a su conciencia de clase y a los imperativos de su misión educadora, que de acuerdo con los intereses del niño, que son los de la clase proletaria. No estimo, como el ponente, que haya dos fases en nuestro camino hacia la verdadera escuela que se realicen sucesivamente, sino que, a partir de la escuela de clase, como base, debe ir realizándose la escuela humana, que es su ideal: No una después de la otra, sino la una en la otra, simultáneamente, en la medida que nos sea posible. Por lo tanto, a las características señaladas para la escuela proletaria, de universalidad, laicismo, etc., yo añadiría la de humanismo. El proletariado no debe suplir la acción oficial de Estado creando escuelas primarias, como se recomienda en la conclusión quinta. No es político ni responde a la acción social que la escuela debe realizar en el estado marxista. La acción del proletariado ha de estar encaminada a exigirlas del estado y en las condiciones que satisfagan sus anhelos de clase. Lo que, a mi juicio, debe hacer el proletariado, es crear en sus sindicatos la escuela del militante, del luchados, del propagandista, que el estado nunca ha de darle, y no hay que añadir que debe hacerlo sin aceptar la intervención oficial. La formación universitaria del maestro es un mito burgués. Y aunque no lo fuera, antes de ir a la Universidad habría que transformarla. Por dos razones: por teórica y por burguesa. Los que a nuestra condición de maestros unimos la de ser estudiantes en la enseñanza superior, sabemos muy bien cómo, por regla general, se deforma la mente de los jóvenes con una moral, una economía y una sociología de tipo marcadamente capitalista, que no tiene ningún interés para nosotros ni para la clase trabajadora. La escuela de clase del proletariado que preconizamos irrumpe en el campo de la Pedagogía destruyendo el señoritismo de la cultura general burguesa y creando la escuela del trabajo, junto al taller, en el sindicato, en el campo de experimentación y en los laboratorios. La escuela general humana, de tipo burgués, de que nos hablaba ayer tarde en el mitin el señor Landa, no responde a la concepción nuestra de una sociedad integrada por productores. El futuro productor, condición esencial del hombre que queremos, no recibiría sólo una cultura general hasta los dieciocho años, para después especializarse en una profesión, sino que desde el primer momento pondría en juego su actividad con vistas a la función a realizar en la sociedad de que forme parte. La cultura general universitaria, que no negamos, la recibirá todo individuo en la medida de que sea capaz a través de su actividad especializada, en el trabajo y por mediación del trabajo, y esto por una razón biológica, además de la social ya señalada. El maestro, pues, debe enrolarse en las filas del proletariado y luchar con él hasta lograr su emancipación, y, además, transformar todas las instituciones de cultura, desde la escuela primaria hasta la Universidad, para que de ellas surja el ciudadano elevado a la categoría de productor, que es, sin duda, la condición superior del hombre del mañana. Intervino también en la Segunda ponencia: Aspiraciones del proletariado en orden a la educación: “Hemos oído cuáles son las aspiraciones del proletariado en orden a la educación. En este Congreso no se ha planteado el problema de si la escuela ha de ser pública o privada; pero después de las intervenciones de algunos camaradas, en el tema discutido ayer, es consolador que un militante tan destacado del partido socialista y de la Unión G. D. T., como es el compañero Muiño, venga a decirnos que la enseñanza debe estar organizada y atendida por el Estado, cosa indispensable desde el punto de vista de la concepción marxista. Pero, en cambio, no pide que la escuela sea de clase, que yo entiendo podía y debía haber pedido, dadas las conclusiones que aporta. En cuanto a la escuela única, que figura en el programa de todos los partidos socialistas, es preciso declarar que no tiene plena realización en el régimen en el que vivimos. El capitalismo no se aviene a que cada escolar reciba la cultura que por su capacidad le corresponda. Le resultaría demasiado caro. A lo sumo transige con seleccionar a los mejores, no por su bien, claro está, sino para explotarlos en su beneficio. Y la clase trabajadora, que lleva en su sangre los gérmenes de una nueva civilización, no debe ir en busca de una cultura burguesa, sino crear la suya propia, la cultura proletaria, la Universidad del obrero, o transformar la actual en su beneficio. Escuela única, sí; pero socialista, que tenga como base el trabajo y la colaboración para que desde los primeros años se favorezcan las estructuras mentales y físicas necesarias al futuro productor. No hay que quitar solamente la barrera económica, sino que hay que acortar las distancias entre el trabajo que hoy llamamos intelectual y el manual. Y esto no se logra destacando a los mejores para los estudios superiores, en tanto que los demás, menos capaces, deben quedar para las faenas manuales, como se indica en la ponencia. Yo entiendo que todos deben ejercitar su actividad manejando aparatos, libros y herramientas, actividad que contribuirá a desarrollar su espíritu y, al mismo tiempo, la habilidad para el trabajo en el oficio o profesión que más tarde elija, y a través del cual, aunque se trate de una profesión manual, debe ir ampliando su técnica y su cultura con la extensión y profundidad que el gusto y la capacidad de cada uno permita. También nos dice el ponente que el niño debe aprender riendo. Estamos de acuerdo en que la escuela no debe ser un lugar de tormento, sino su mejor hogar, un hogar de salud, alegría y felicidad. Pero el “aprender riendo” nos recuerda el “instruir deleitando” del siglo pasado. Hoy estimamos que el aprender no es cosa de juego, sino de esfuerzo. Y solo pedimos que este esfuerzo lo realice el niño con gusto. Pide maestros bien remunerados, que es absolutamente indispensable para que realice su labor con independencia; pero eso no es bastante. Hay que pedir, además, que esos maestros lo sean de verdad y que vayan al magisterio por vocación y no por forzado profesionalismo. Finalmente, conviene hacer resaltar que el laicismo en la escuela que aquí se ha defendido con tanto ardor, es solo una de las varias características que nosotros asignamos a la escuela de clase”. Por último, Sanmartín fue presidente de la tercera sesión, encargándose de hacer la despedida. Sus ideas sobre el sindicalismo, estaba afiliado a la FETE, quedan bien patentes en una entrevista que apareció con el título: “Encuestas e Interviús. Arturo Sanmartín nos habla de táctica sindical”, en el boltín sindical Trabajadores de la Enseñanza.
Arturo Sanmartín Suñer, inspector de primera enseñanza de Palencia, fue asesinado, y su esposa también, en circunstancias que desconocemos en los primeros días de julio de 1936. (Del libro que tengo en preparación Aniquilar la semilla de Caín. La represión del magisterio republicano)
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Arturo Timón -