LECCIÓN DE HISTORIA
Hace pocos días el conocidísimo humorista José María Aznar nos quiso dar otra de sus lecciones de historia. Traigo aquí el comentario de Eduardo Manzano Moreno (A vueltas con al-Andalus) sobre aquellas hilarantes afirmaciones. Y es que fue él mismo, cuando ocupó la magistratura de presidente, el que abrió la sufrida profesión de historiador a todo tipo de tipo de charlatanes, humoristas y esgarramantas, que ya son pléyade revolviendo la historia, dándonos a todos sopas con honda y encima descojonándose. En fin, dedicado a esos que no descansan viendo blogs ajenos para dejar su deposición.
El ex - presidente del gobierno, José María Aznar, cree que los musulmanes deberían disculparse por haber invadido España en el año 711. Puestos a ello, es posible que también piense que los franceses deben hacer lo propio por la invasión napoleónica, o que sus amigos estadounidenses deben entonar el mea culpa por haber iniciado la guerra de Cuba. La lista de agravios históricos puede ser muy extensa, aunque uno tiene la sensación de que ciertos políticos usan el pasado como arma arrojadiza seleccionando siempre cuidadosamente lo que más división social puede crear. Por razones obvias, al señor Aznar le interesa mucho la conquista árabe del 711 y parece empeñado en hacer de ese suceso un espejo que refleje los acontecimientos que nos están tocando vivir en los albores del siglo XXI, de alguno de los cuales él ha sido desgraciado protagonista desatacado. Hace un par de años, en una sonada conferencia en la Universidad de Georgetown, llegó a afirmar que España tiene hoy en día un problema con los árabes que se inició con la conquista del siglo VIII. Cuando un editorial del diario El País le reprochó emplear un lenguaje equivalente a las barbaridades históricas que predica Usama bin Laden, varios dirigentes de su partido protestaron diciendo que era inadmisible comparar la figura de un ex presidente democráticamente elegido con la de un terrorista responsable del asesinato de miles de personas. Era verdad: por eso harían bien en exigirle que no razonara como un fanático. Quienes trabajamos sobre este período histórico estamos muy acostumbrados a que tirios y troyanos digan un considerable caudal de tonterías sobre él. No es un secreto que el nacionalismo árabe primero y el fundamentalismo islámico después han hecho de la España Musulmana –esto es, al-Andalus- un paraíso perdido e idealizado con tonos a veces insoportablemente rosáceos, a veces absurdamente reivindicativos. El señor Aznar y mucha gente dentro de su propio partido piensan que debemos tomarnos muy en serio esta retórica. Para hacerla frente no encuentran nada mejor que volver a las trincheras ideológicas de la “Reconquista”, abundando en el combate entre “ellos” –los musulmanes- y “nosotros” - los descendientes de Pelayo y los Reyes Católicos-. Poco parece importarles si en la querella se producen daños colaterales como los que sufren esos musulmanes que dan a la retórica fundamentalista el mismo valor que nosotros otorgábamos a las pomporrutas imperiales del franquismo, y que se sienten innecesariamente agredidos por unos planteamientos tan burdos e irresponsables. Y, además, desinformados. Parece que en las filas del PP se ha instalado una visión histórica más propia de la caverna decimonónica que de los avances en el conocimiento producidos en las últimas décadas. Según esa visión, los musulmanes nos invadieron en el año 711, les combatimos durante cerca de ochocientos años y finalmente, ¿con la ayuda de la Providencia?, les expulsamos en 1492. Produce cierto sonrojo comprobar que en un país que tiene arabistas de primera fila y que financia innumerables investigaciones sobre este período, haya ostentado las más altas responsabilidades políticas un ciudadano que cree que los “musulmanes” de hoy en día son culpables de lo que los “musulmanes” del siglo VIII le hicieron a sus supuestos “antepasados”. ¡Y luego nos quejemos de los nacionalismos esencialistas y excluyentes! Una breve lección de historia informaría al señor Aznar de que la conquista árabe (si, conquista, como la romana, la visigoda o la de los españoles en América: nadie es inocente aquí) puso en marcha complejos procesos de asimilación entre la población indígena. Doscientos años después del año 711 buena parte de esa población se había convertido al Islam y, en mayor medida incluso, había adoptado el árabe como lengua. Salvando las distancias, fue algo parecido a la romanización: las gentes dejaron de lado sus antiguas creencias y culturas, y adoptaron nuevas formas de vivir y de expresarse. ¿Por qué lo hicieron? Pues por muchas razones: a veces por medrar, a veces por deseo de integración, a veces por convencimiento… nada nuevo que no hubiera ocurrido antes y que no ocurriera después en casos similares. A mediados del siglo IX casi la mitad de los alfaquíes versados en los saberes islámicos eran gentes con tatarabuelos indígenas, tal vez dispuestas incluso a subirse a un montículo de cabezas de cristianos cortadas para entonar desde allí la llamada a la oración, como alguna vez ocurría en las expediciones contra el norte. Ahora bien, que el Islam y la cultura árabe ejercieran ese atractivo sobre las gentes de la centuria del 800 o que los jefes de las aceifas desplegaran toda su barbarie (similar a la que ejercían los cristianos cuando tenían su oportunidad) en absoluto tiene nada que ver con las circunstancias del presente, como absurdamente nos intentan hacer creer quienes disfrutan tanto revolviendo en el baúl de la Historia a la espera de encontrar allí los argumentos de los que muchas veces carecen en el presente. Lo peor, sin embargo, de la visión histórica del señor Aznar y de sus costaleros ideológicos no es ya sólo lo que tiene de ignorante y simplista, sino también lo dañina que resulta. Hace tiempo, en uno de esos foros en los que se discute sobre estos temas con esos patriotas pendulares surgidos en los últimos tiempos, manifesté mi hartazgo con las historias de creyentes, de nacionales y de buscadores de esencias primigenias, y mi convencimiento de que deberíamos avanzar en pos de una historia de los ciudadanos. Mi contradictor dijo no entender qué quería decir con un concepto que le parecía vacío y sin contenido. Curiosa falta de comprensión. Bastaría darse una vuelta por cualquier colegio para entender que el viejo discurso histórico es no ya sólo falaz, sino también inservible. Cuando en un mismo pupitre se sienta un niño llamado Ahmad al lado del niño Alberto, ya no es posible impartir historia hablando de las hazañas épicas del Cid y de la crueldad sanguinaria de Almanzor, o de las glorias de la Reconquista y de la opresión del yugo sarraceno. Si queremos que Ahmad y Alberto sean ciudadanos de una sociedad en pie de igualdad, ambos deberían conocer iglesias y mezquitas, reyes cristianos y califas musulmanes, barbaries y logros intelectuales de uno y otro lado de forma equilibrada y racional. Cada uno con su propia creencia, cada uno con su propia forma de entender la vida y la muerte, pero sin atadura alguna con un pasado que no merece convertirse en hacedor de guetos identitarios. Para llegar a eso sería preciso que fuéramos conscientes de que somos los hijos del cambio y no de las esencias ancestrales, por mucho que algunos se sientan tan amargados por su propio pasado que andan por ahí exigiendo que se les pida perdón.
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Guillermo -