He estado toda la tarde trabajando sobre la memoria de nuestro viaje por el Maestrazgo. Y creo sinceramente que es un buen método, que es válido el proyecto. Sin pretensiones, pero acercándonos a lo que de verdad importa: el contacto con la gente y la experimentación de primera mano de lo que constituye el conocimiento y por ende el conocimiento científico. Viajamos y a cambio giramos y, sin querer, al mirar, la mirada se ve atrapada en las preguntas de los barrancos, en las interrogaciones de los rostros, en los gritos y las risas de unos emigrantes que nunca soñaron con que existiera un lugar como Cantavieja, que se asemeja a una patera en un mar de piedra. Quién fuera muchas veces emigrante de otros continentes ignotos. Y a cada paso, sobre cada piedra, sobre cada historia aún no escrita, aletea la muerte. Nunca se ha vivido tan cerca de la muerte como en la frontera, frontera histórica y extramadura de sueños. La muerte es algo con lo que siempre se ha contado. Por eso nuestras madres no esconden en su filosofía vital la certeza de que todos pasaremos por el Calvario. Allí debió sentir la muerte tan de cerca aquel Martín bueno que fue separado del rebaño que iba a ser inmolado en la locura de la guerra. La muerte hasta sonríe a veces con los esfuerzos que hacemos para no nombrarla. Pero allí está. Y quizá no como el final de todo sino como el principio de algo. Quizá sea sólo que caminamos al revés, vamos de la muerte hacia el nacimiento. Quizá. Quizá. La nostalgia me ha atrapado de nuevo. Como aquella vez que vi a mi tío-pintor subido en el andamio de la iglesia, cual si fuera un miguelangel del maestrazgo (poco después sería retratado por Patricio Julve). Esta vez miré al muro y ya no estaba Benigno sólo su pintura ingenua y religiosa. La muerte, la muerte. Sólo ecos de todo aquello que constituyó, o debió constituir una historia en la que yo figuraba en algún programa. Debía haber partido de mí, yo un eslabón para un futuro incierto y emigrante. Pero ya nada. La muerte. Pasea continuamente y va desde la calle del Rosario hasta el Calvario y luego a la ermita del Loreto donde el tío sigue borrando el humo de los militares con miga de pan. El pan que fue nuestra vida. Venimos del pan y vamos a la muerte porque nos hemos quedado sin historia
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