Malvaloca, 1992
Estoy aquí, varado absolutamente en el vacío de tu ausencia, con las oblicuas miradas inexistentes de los que nunca han existido, como fotografías en las paredes, Mari Paz.
Y me piden que desde la paz de los muertos hable de la paz de los vivos. Que hable de tí, Mari Paz imposible.
Recuerdo ahora unas estrofas que catábamos en otros tiempos:
Y mos fablan de Nigeria,
y mos fablan de Vietnam.
A nusatros, a nusatros,
de qué mos tién que fablar.
Recorro todas las memorias, los últimos surcos, trituro mis sonrisas de niño y no encuentro en las calles de sangre más que malos presagios. No estás, Mari Paz imposible; ni en las soledades de los retretes te encuentro, Mari Paz, sola, Mari Paz negra.
Ni en los suburbios de Rostow, ni en las arenas de Tarifa (Gib-al-Tariq, qué ironía), ni en las moquetas de todos los salones europeos estás, más que en el nuevo Gernika (oh arbolá, arbolé, secó y verdé, Federico) de Sarajevo, viejo Gunther Grass tus viejos nuevos presagios no nos ayudan en el último canapé canalla de nuestras capitales culturales.
Los sonidos de la selva, las pausadas danzas de los indios ya nos van a acompañar en nuestro infierno; en cualquier colector de mierda de suburbio de la Europa unida y mástrica, Mari Paz veneno, no estás, no te encuentro en las alcantarillas donde el dolor acumulado en los ojos de los golpeados, de los asesinados, de los parias del mundo donde vivo y donde la memoria reconstruye a cada segundo la historia levantando los huesos y la sangre y la piel de los cadáveres masacrados en los halls de las últimas bibliotecas informatizadas.
Mueren en la orilla de los ríos nuestras esperanzas al atardecer, pero en el fuego de cualquier chabola de Europa libre, en este momento, está surgiendo, bella como el nweebe, la flor de la danza tribal, el nuevo hálito de la selva, el canto encendido de la libertad.
Todo no muere necesariamente en los arrabales de Londres entre los escombros de la última agresión neoliberal. Mientras yo canto, Labordeta, una niña muere en un campo de refugiados palestino y se sigue tiñendo de sangre el río Jordán (¡ay de mi Alhama!); mientras yo canto y cae asesinada una inmigrante por la barbarie fascista, se levanta tambaleándose aquí un nuevo monumento cultural al difunto Pablo Serrano, cadáver de su recuerdo. Y tú, Mari Paz, por más que te espero en medio de mi abulia lateral, no vienes ni apareces.
Mañana, volveremos a asomar nuestros ojos en los abismos de los gritos de tanto muerto y otra vez, la tierna flor del nweebe, nos recordará el atardecer de la selva.
(Notas escritas en la madrugada del jueves 12 de noviembre de 1992, en el Malvaloca, de Zaragoza)
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Carmen -