MANUEL ALBAR CATALÁN
Estoy trabajando sobre él. Seguramente uno de los socialistas aragoneses con más proyección. Como siempre, tan desconocido aquí. Para muestra un botón. Un artículo titulado "Franco y los Borbones. La ceniza en la frente", que publicó en el periódico de los socialistas en Méjico que él fundó y dirigió, Adelante, en febrero de 1955. En él se aprecia una poderosa y rica prosa. Cuánto se perdió, cuánto perdimos.
"El generalísimo ha hecho una jugada de las suyas. Después de su conferencia con ese lamentable pretendiente al trono de España, que merece ser llamado el de los tristes destinos con más razón que Isabel II, su jacarandosa bisabuela, permitió que la Falange hiciera pinitos de rebeldía oponiéndose a la hipotética restauración monárquica. Los jóvenes falangistas, con el arrojo que da la impunidad, han recorrido las calles y han malgastado a su gusto papel impreso para decirnos que no quieren rey. Ni rey ni Roque, a no ser que Roque sea Franco. Durante unos días los falangistas han levantado ruido, que es una manera de hacerse notar, hasta conseguir que los observadores norteamericanos, siempre tan sagaces, confesaran estar vivamente interesados por lo que acontece en España, como si en España aconteciera algo que salga de lo manido y sabido. Ese era el instante sicológico que esperaba Franco para salir a escena y cantar una aria glorificadora de los Borbones que, según él, no tienen ninguna culpa en la ruina de España. Todo estaba perfectamente ensayado. La Falange, prodigando sus berridos, cumplía un doble papel: valorar su importancia, bien necesitada de que alguien la apuntale, y fingir una demagogia revolucionaria que sólo inspira risa; el Caudillo, por su parte, aparecía como el paladín de la restauración, no porque realmente lo sea, sino porque de ese modo le vende más cara al pretendiente su protección y, tras de haber hecho mofa de él, lo obliga a gratitud.Para encontrar voces sinceras —sinceras a su modo—en el coro domesticado que es la España actual, habría que señalar—porque las demás están ahogadas—la de los carlistas, románticos añorantes de una causa fosilizada y sin esperanza, y la del cardenal Segura, ese estupendo ejemplar que parece escapado de las Cuevas de Altamira. Son voces bárbaras, broncas, que semejan un eco del medioevo, pero sin doblez ni mentira. En ellas, por lo menos, no hay adulteración ni hipocresía. Muchos menos respeto que los carlistas merecen los monárquicos alfonsinos—empezando por el pretendiente— que se agazapan y humillan antes que afrontar ningún peligro y, por añadidura, le hacen la rueda al dictador. Mucho más repulsivos que el selvático cardenal Segura, son los arzobispos y obispos que, con su primado a la cabeza, extienden el brazo y hacen entrar a Franco bajo palio en las catedrales, sacrilegio que en otros tiempos hubiera horrorizado a cualquier sacerdote virtuoso. El cardenal Segura sería inquisidor por vocación; los otros lo son por calculo y conveniencia, puesto que en el fondo son ateos. Mientras el uno se enfrenta al César, los otros, a cambio de las sinecuras y prebendas que el César les reparte, le dan al César lo que es de Dios.Puestos a corregirlo todo, el Caudillo y sus corifeos pretenden corregir hasta la Historia, por muy definitivo y unánime que haya sido el fallo de los historiadores al juzgar determinados períodos, sucesos y personajes históricos. Así resulta que los Borbones no han tenido nada que ver en las desgracias de España. De los continuados desastres que a través de los sucesivos reinados borbónicos fueron cayendo sobre España .somos responsables, al parecer, todos... menos los reyes. Ni las guerras infaustas con el exterior, ni el creciente desprestigio de España, hasta culminar en su eliminación como gran potencia, ni las estúpidas y aniquiladoras guerras civiles, ni la pérdida de las colonias después de la humillante guerra con los Estados Unidos, ni los reveses africanos son males que deban achacarse a los Borbones, paradigma de reyes y de caballeros los varones, espejos de virtud las hembras, aunque la vida íntima de unos y de otras resulte, como ciertas películas, no aptas pala menores. Hasta una figura tan siniestra y vil como la de Fernando VII está en vías de rehabilitación, empeño que incluso Gregorio Marañón, tan complaciente ahora, reputa imposible. En suma, España le debe a los Borbones gratitud. De los males sin cuento que trajeron consigo no les alcanza ninguna culpa. Y como tampoco es fácil que la tengamos los republicanos, resulta que la culpa de tantas desventuras no la tiene nadie o, de tenerla alguien, la tiene Meco.Pero acaso las dinastías borbónicas merecieran alguna disculpa si, en compensación de su desafortunada política exterior, hubieran sabido aglutinar y coordinar la vida del país impulsando la riqueza, estimulando el trabajo, difundiendo la cultura y, sobre todo, creando un ambiente político y social de tolerancia, de respeto a la ley, de defensa de la ciudadanía. Hicieron exactamente lo contrario, hasta desembocar en la situación presente, la más trágica y desalentadora en la historia de España. Franco, que ya se siente asimilado a la cadena dinástica, si no como rey, como hacedor de reyes, que es título mucho más alto, ha hecho buenos los errores y crímenes de todos los Borbones juntos, de los cuales se erige en cínico abogado. En sus manos España se ha empequeñecido tanto, se ha hecho tan sombría y miserable, tan pobre y doliente, que hace recordar una frase de don Gaspar Núñez de Arce digna de figurar entre las más lapidarias de Larra: "En España, lo único vivo son los muertos".
2 comentarios
luis albar reynoso -
Jorge albar -
¿tiene información sobre los orígenes familiares de Manuel Albar y de la zona geográfica de la que proceden?
Un saludo cordial.