He vuelto a Sciascia. Hace tiempo que leí Sin esperanza no pueden plantarse olivos, un hermoso libro en el que subrayé muchas cosas. Para este fi de semana me llevo la siguiente: "La cultura ha sido concebida siempre como un ornamento, como algo que no tiene nada que ver con las condiciones de vida. Para mí, por tanto, entrar en una clase en la que había cuarenta niños, entre los cuales al menos treinta tenían hambre, y tenerles que explicar historia, limitándome sin embargo a la primera guerra mundial, sin ir adelante porque se debía hablar solamente del pasado en términos retóricos, no sólo era algo que me parecía absurdo, sino también un poco infame. En la actualidad las lecciones de la escuela son muy distintas. En un cierto sentido puede decirse que la escuela ya no existe. Tal vez, no lo sé, en la provincia, en ciertos pueblos, la misma asume aún un valor, ello hablando siempre exhortativamente, porque veo que aquí vosotros, en Santo Stéfano, tenéis un instituto con un enfoque lingüístico y pedagógico ¿Y la agricultura? Es algo absurdo que no exista un instituto con una especialización agrícola. Por tanto la escuela es un poco como en mis tiempos, a fin de cuentas. Es un pequeño ornamento. Entonces es un poco absurdo que vosotros estéis aquí oyendo al maestro que os habla de lingüística, cuando a vuestro alrededor tenéis tantos problemas reales. El oficio de enseñar y también el oficio de aprender en estas condiciones sigue siendo absurdo".
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