Día de San Antonio. He leído la, como siempre, hermosa página de Víctor Juan. Vuelve a su infancia. Yo también vuelvo porque S. Antonio era el patrón de mi barrio, el Barrio Jesús. En mi infancia (años 60), el Barrio Jesús era no sé si el principio o el fin de la ciudad. Mi madre decía que iba a comprar a Zaragoza, pues había que atravesar un puente para llegar al Pilar. Y en este Barrio, la educación se circunscribía al Colegio Nacional Hilarión Gimeno, vulgo "Las Eléctricas", que regentaban D. Alfonso y Dª Elisa, con sus hijos (uno de ellos, Fernando, compañero mío de Maristas; luego estaba Ana...), que lo mismo enseñaban que criaban pollos; estaba también la escuela de la señorita Nati (mi primera escuela en Zaragoza), vulgo "cagones"; y, finalmente, el colegio de los Padres Franciscanos, al que también asistí. Allí hice de monaguillo (me pagaba el colegio) y de cantor del coro. Allí me subí a la hermosa higuera del huerto. Allí conocí la bodad de Fr. José, ese campesino de la huerta de Valencia. Y también al Padre José Nemry, que solamente años más tarde supe que era un fascista de Degrelle, refugiado en España. Mi barrio primigenio, la sala de espera para los emigrantes. Algunos no llegarían al salón de la ciudad, se quedaron varados en los "environes" y en los "alentours". El plano de mi memoria era una calle, la calle, con sus juegos de ciclo (cada estación, un tipo de juego), con sus despertares a la vida, al sexo, a la obediencia, a la libertad. Una calle de casas sindicales, baratas del régimen, en las que nos sabíamos quién vivía en cada número: en el uno, esos comunistas, se decía en voz baja, mi amigo Rafaelito; en el trece, los Abrain; en el quince, nosotros. Historias de emigración, de sonidos. Esta calle limitaba con el confín de la huerta zaragozana: campos y campos de cereal; frutales donde robar fruta bien verde (que viene el hombre y... todos a correr). Mi barrio donde el mundo era un agujero de guá, y las clases se organizaban según la habilidad de jugador. Los estamentos y los estratos se ordenaban por la habilidad subiendo árboles, jugando al burro, a las chapas. El más allá era entonces la Central lechera y sus montones de botellas rotas y ese olor dulzón de la leche pasada; el aún más allá era el Cuartel de la Guardia Civil (el que volaría años después). Allí íbamos a ver a los amigos de mis padres, a las civilas; allí veía yo en la televisión "Guillermo Tell" y "Rin tin tín", con el pequeño cabo Rosty. Desde allí un día crecí y descubrí que había aún un más allá cuando mis padres me mandaron al Colegio de los Hermanos Maristas, a San Vicente de Paúl. Otras voces, otras gentes. Cuatro veces pasar el puente de Hierro al día. Casi la adolescencia. Pero estaba recordando a San Antonio. Le brindo a Víctor este otro canto, si cabe más antiguo, que cantábamos entonces:
Si buscas milagros, mira.
El mar, sosiega su ira,
miembros y bienes perdidos
recobran mozos y ancianos.
El peligro se retira,
los pobres van remediados,
díganlo los socorridos
cuéntenlo los paduanos.
Algo así.
Si buscas milagros, mira.
El mar, sosiega su ira,
miembros y bienes perdidos
recobran mozos y ancianos.
El peligro se retira,
los pobres van remediados,
díganlo los socorridos
cuéntenlo los paduanos.
Algo así.
3 comentarios
maria r gutierrez -
Carmen -
Anónimo -
Un abrazo.
víctor