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Montborg. Bitácora, weblog o blog de Herminio Lafoz Rabaza

Y quedarse es la tierna soledad

que descubre los párpados del día.

Quedarse, amada mía, es una playa

de cada mar adentro

                      y un sereno

aliento de jardines permitidos,

como el que llega a la esperanza

cuando el aire conmueve los desvelos.

La ciudad desde entonces mira abierta

La ciudad mira abierta y encendida

de ventanas.

                            Asoman las arcadas,

hay domingos de gentes y doncellas,

y olvidos de amor

 (...)

Esta es una pequeña muestra de la hermosa poesía de Adolfo Burriel en su nuevo libro La ciudad nombrada, que recibinmos colectivamente la semana pasada en una orgía de la palabra en la Librería Cálamo. Otras veces dice:

(Y la noche en que viven su gran danza

los recuerdos resumen mi tristeza)        

 Vean lo que dice de la presentación Javier Delgado:

Ayer nos presentaron el premio Ángaro 2005 (Ayuntamiento de Sevilla), un libro de poemas del ciudadano zaragozano Adolfo Burriel , que con éste su segundo libro lleva ya dos premios en su haber (el anterior, “Furtivos días” fue IX Premio de Poesía “Alegría” del Ayuntamiento de Santander y publicado con el nº 38 de la colección Algaida).  Esto de que un señor se ponga a escribir poesía en serio a los sesenta o setenta años ya es una noticia importante. Pero que además se dedique a enviar sus libros a premios de lugares remotos y los gane y se los publiquen esmeradamente resulta un verdadero ejemplo moral para quienes a los veinte años prefiere comenzar su “carrera literaria” pidiéndole a un amigo que se los pase por una imprenta y le cobre poco… Nacido en Aldealpozo, provincia de Soria, este zaragozano desde sus dos años sabe hace mucho tiempo lo que vale un peine y lo que conviene hacer con él cuando se peinan canas y se resienten las membranillas intercostales impares. Adolfo Burriel quiere ser un poeta además de ser un poeta. Y va y se pone a ello de la forma menos cómoda que existe: saliendo a alta mar y echando la caña (ni siquiera la red) a ver qué pasa. Adolfo Burriel, abogado laboralista en su juventud, fue uno de los dirigentes clandestinos del Partido Comunista en Aragón y luego durante unos años de legalidad fue incluso secretario general (o sea, el jefe) de la organización aragonesa de ese partido. Todo esto viene a cuento para que ustedes valoren como se debe la valentía de mi amigo (confesémoslo ya), que ha decidido reencarnarse en vida en él mismo pero haciendo y publicando poesía. La cual decisión no es cosa fácil ni siempre posible, y menos a la edad que Adolfo disfruta y que no le gusta nada que le recuerden como aquí hago y además exagero con toda mala intención.  El caso es que ayer un joven llamado Rosendo Tello, que ha pasado de los cien años volviendo a los casi ochenta en un abrir y cerrar los ojos, actuó (porque Don Rosendo actúa, como tiene que ser) ante un público selecto (y sudoroso, todo hay que decir en una crónica que se precie) y además entregado de antemano (también hay que decirlo por lo mismo) glosando, glosa que glosa, los textos poéticos del ya renombrado (al menos en este blog) autor. Precisamente los versos de su “Ciudad nombrada”, que Rosendo Tello dijo que eran seiscientos cuarenta y seis y Adolfo Burriel defendió que setecientos uno: he aquí un casus belli que no llegó a las manos ni nada; la cosa quedó en que como explicó detalladamente Rosendo Tello había algunos alejandrinos de los de gaitas gallega que desentonaban pero que en conjunto el libro era una maravilla, como a estas horas ya saben quienes lo han leído en su totalidad o en parte. No resumiré otros asuntos de los que expuso el presentador porque fueron innumerables y difíciles de comprender para quien no estuviera versado en versos. Sólo diré que en el libro hay una ciudad madre, una ciudad amante, una ciudad murada y una ciudad libre. No recuerdo cuál era la cuadrada y cuál la redonda: ése fue tema de otro excursus o rodeo muy jugoso y bien recibido por l@s presentes, incluso en el estado de vaporización en el que se encontraban a unos cincuenta grados de calor mineral, vegetal y animal. Pues con todo, aplaudieron. Bien es verdad que se surtía de hombres y mujeres acostumbrados a las relaciones sociales y algo más: dirigentes sindicales, vecinales, políticos, municipales, dirigentes en vías de desarrollo y en estado de tránsito, dirigentes de diversísimas dirigencias cívicas plurales. Estaba también el amigo Emilio Gastón.  Adolfo, por último de los dos, habló (mas breve pero no menos interesantemente, aunque ya en plan de poeta, no de crítico ni glosador) y dijo bastantes cosas amables sobre l@s presentes, llamando sabios a José Carlos Mainer (en persona frente  y a pie firme frente al poeta) y al mismísimo Rosendo Tello del que hemos tomado y dado nota. A los demás creo que nos abrazó y nos calentó los oídos (¡en esas circunstancias!) y no dejó de mencionar cariñosísimamente a su hijo Jaime y a su mujer Sofía, de la que habría mucho y bueno que hablar e incluso lo haré en otra ocasión en la que no pueda pensarse que da sombra a su marido ni siquiera ahora que es poeta reconocido: a Sofía Bernardo, abogada, le debe esta ciudad concretamente Zaragoza muchas de sus pequeñas pero irrenunciables libertades privadas y públicas. Lo dicho: en otra ocasión. Y acabamos esta crónica de urgencia con un solo verso del libro “La ciudad nombrada” de Adolfo Burriel. Atentos a la jugada, que es memorable: “EL ALMA ENTERNECIDA DE MARFIL”

  Amén.

La foto también la pone Javier Delgado, sobre un cuadro de Jorge Gay.                                         

1 comentario

Adolfo Burriel -

Ahora acabo de leer con cuanto corazón abierto me tratas. Un beso para ti lleno de abrumadas gracias